Como practicante de pilates y yoga (y también maestra de ambos métodos), a menudo tengo amigos y estudiantes que comentan sobre mi compromiso con la práctica diaria: “¿Cada día? ¿en serio? ¿cómo lo haces?”

Principalmente me encojo de hombros y sonrío, diciendo algo anodino que no refleja en absoluto lo que siento acerca de mi práctica diaria.

Sigo complaciendo a las personas en recuperación y nunca quiero que nadie se sienta mal por cuál es o no su rutina diaria y tiendo a restar importancia a la mía, especialmente si parece que estoy alcanzando una meta inalcanzable.

Pero la verdad es que, en los últimos años, he cambiado significativamente mi perspectiva sobre lo que es mi práctica para mí. Cuando comencé a practicar lo hacía por el beneficio físico.

¿Hacer push-ups/chaturangas/lagartijas? Listo.

¿Estirar mis isquiotibiales? Listo, hasta que me lesioné.

¿Postura del barco y fortalecimiento del core? listo.

En el caso del yoga, la occidentalización la ha reducido la práctica a una práctica meramente física, pero la filosofía del yoga te dirá que los beneficios físicos son, en el mejor de los casos, secundarios. El pilates y el yoga y todo lo que abarcan son una práctica de la mente, no del cuerpo. Una práctica de conexión y conciencia, no de abdominales y glúteos.

Tanto el pilates como el yoga, cada una en su momento, entraron en mi vida en un momento en el que necesitaba desesperadamente un salvavidas. Si bien sabía que mi cuerpo se sentía diferente cuando me tomaba un día libre, la lección más importante que estaba aprendiendo era que mi mente también se sentía diferente.

No me di cuenta completamente del impacto positivo que tenía el yoga en particular en el cuerpo físico y mental hasta que realicé mi formación de profesora de yoga de 200 horas y continué estudiando más allá. El yoga no es un ejercicio. Las asanas (las posturas y el movimiento del yoga) son una pequeña fracción de lo que realmente es el yoga.

Incluye autoestudio, meditación, respiración, ser sincero, responsabilizarse, honrar la tierra, el mantra, la justicia social, ser amable y consciente de no dañar a los demás, tomar sólo lo que necesita y nada más, etc. La lista sigue y sigue y tiene poco que ver con mover físicamente el cuerpo, ser flexible o contraer algún músculo. Cuanto más profundices en la comprensión de ambas prácticas, más apreciarás el impacto que estas tienen en el mundo que te rodea.

Cuando mi perspectiva comenzó a cambiar de “tengo que hacer ejercicio” a “necesito crear un espacio para mí”, la práctica diaria llegó con facilidad. Me estoy haciendo un favor. Estoy creando un pequeño regalo. Es como un pequeño rayo de sol solo para mí que nadie me puede quitar ni robar. No es una construcción social ni un sentimiento de culpa hacia mí mismo basado en una ideología preconcebida de que debería lucir de cierta manera o sudar cierta cantidad. Honestamente, la mayoría de los días, apenas sudo en una práctica de asanas de 60 minutos. ¿Eso significa que mi cuerpo no desarrolla músculos ni hace cambios? Para nada. Pero para mí, ese ya no es el objetivo ni la razón para practicar. Es simplemente algo que sucede en el camino.
En cambio, es el conocimiento avanzado el que me hace sentir mejor en mi propia piel cuando practico. Mi sistema nervioso parasimpático se activa cuando conecto mi respiración con el movimiento y la ralentizo, lo que me permite permanecer en gran medida en un estado de calma.

Practicar pilates y yoga en su totalidad me permite interactuar en el mundo desde un lugar de paz, comprensión y compasión de manera receptiva en lugar de reactiva. Y no tengo que moverme físicamente en absoluto para adquirir esta conciencia.

Te invito a reconocer que tú tampoco.